Citlali, mujer joven y sensible, trabajo en
una escuela ubicada en uno de los barrios pobres de la ciudad de México. Ella es dinámica y servicial, es apasionada
de su labor educativa e implementa nuevas estrategias para intentar una mejora
en el aprendizaje de sus alumnos.
Pues bien, este día se levantó con una idea
fija: hacer una recolección de ropa entre sus cencidos y familiares, pues en la
escuela hay unos hermanitos, cuatro, que viven en una situación difícil en
especial: la pareja de su madre está desempleada, igual que su progenitora y
viven en la casa o, mejor dicho, en el cuarto que habita la madre del nuevo
papá.
A Citlali se le parte el alma al ver a los
niños que, con frío o calor, siempre acuden con una playera vieja, que miran a
sus compañeros al comer en el recreo,
como si con cada mirada engulleran también los bocados de los tacos o las
tortas que ingieren.
Citlali, cual experta recolectora, logró
hacer un costal de ropa, varias chamarras, pantalones, playeras, pantalones de
tallas que pueden utilizar niños de entre 6 y 12 años. “Bien hecho”, pensó.
Tomó el transporte público que siempre
aborda para ir rumbo a la escuela; durante el trayecto, recibió palabras
desagradables porque el bulto estorbaba el tránsito de los pasajeros, pero eso
a ella no le importó, pues pensaba que los niños se sentirían felices al
recibir el regalo.
Desde que llegó al Plantel, la mujer expresó
a sus compañeras su intención de hacer una buena obra: dar la oportunidad de
calentarse a los alumnos que lo requieren.
A eso de las 6:15pm, Citlali se dirigió al
salón que ocupa el 4º. Grado y pidió permiso a la profesora para que saliera
una de las alumnas que tendrían la suerte de mejorar su temperatura. La niña salió, escuchó a la maestra
expresarle que se sentía preocupada por su salud y la falta de abrigo, que le
ofreció las prendas y, con una mirada
impersonal, fría como su cuerpo tapado apenas con una falda y una
playera, le dijo: “No los quiero”.
Citlali no se amilanó, fue a buscar a los
hermanos pequeños de la niña y les dijo:
--A ver, pruébate esta
chamarra.
Los niños se probaron una tras otra las
chamarras, las escogieron diciendo:
--Esta es para mí.
Citlali sonrió satisfecha. Pero pensó que era preferible solicitar a la
mamá de los niños desabrigados la posibilidad de regalarles ropa. Cuál fue su sorpresa cuando, a la hora de
salir de la jornada, apareció la mujer delgada y altiva, con una expresión de
indignación y molestia, que le dijo:
--Tenemos mucha ropa, ya no
sé dónde guardarla. Pero no se preocupe,
me la llevo.