sábado, 30 de abril de 2011

CELOS

   Juan es un hombre alto, de rostro amable y grandes ojos azules.  Es quisquilloso y le apasiona poder tener siempre certeza de las cosas.  Así es como ha vivido hasta ahora,  con la certeza de que siempre llegará el día de mañana y que mañana podrá ser mejor que el hoy.  Se sabe inteligente, por lo que la certeza de que puede afrontar cualquier problema laboral y resolverlo con más o menos rapidez, le hace sentirse satisfecho.
   Un hombre tan seguro de sí mismo y con el atributo físico de Juan llama la atención de las mujeres que lo conocen, pero él no se fija en ellas.
    Laura conoció a Juan hace algunos años, ambos eran estudiantes de una universidad privada, los dos querían ejercer la profesión de Derecho, los dos ambicionaban litigar, resolver problemas civiles y mercantiles, respectivamente.
    Pasaban horas charlando, comentando acerca de sus sueños, sus ambiciones y de sus experiencias familiares y sociales.
   Un buen día, Juan le dijo a Laura:
--Oye, quiero decirte que me gustas muchísimo.  Creo que sería bueno intentar una relación.  ¿Qué opinas?
   Para Laura esto no era algo que la sorprendiera, puesto que ella había notado que el muchacho solamente platicaba con ella, además de sus compañeros de clase.  Sonriendo coquetamente y aparentado sorpresa, le contestó:
--Oh, Juan,  nunca esperé esto.  Créeme que me asombra que un hombre como tú, que puede ser popular entre las chicas, se haya fijado en mí.  Claro que me encantaría ser tu novia.
   Los dos jóvenes se abrazaron y besaron.  Así comenzó todo.  
   Laura, menuda y más alegre que nunca, se motivó para estudiar y alcanzar el nivel de Juan, que era el más sobresaliente de su generación.  Pronto, la pareja era popular entre los muchachos de aquella universidad.  Cuando pasaban a la cafetería del Plantel, todos los saludaban con asombro y respeto; ambos se sentían satisfechos y plenos.
   Ya a solas, Juan era extremadamente cariñoso, a tal punto, que Laura se sentía agobiada y le resultaba incómoda la adoración que le profería Juan.  Era como si quisiera adelantarse a sus pensamientos o deseos, siempre le llevaba una flor o cualquier otro detalle antes de comenzar cualquier día.   Solamente había una cosa que a ella le molestaba y era el hecho de que la vigilara.
    Una ocasión en la que Laura debía ir a la Delegación para efectuar una práctica profesional, volteó hacia atrás y lo vio ahí, agachado, escondido.  Ella se dijo: "Creo que me quiere observar, está bien, le permitiré que vea cómo me desempeño en el trabajo y no le  diré que lo vi".
    A partir de ese día, Laura estaba observada a todas horas, solamente cuando llegaba a su casa y cerraba la puerta se sentía libre.  "Esto ya no me está gustando.  Creo que Juan tien

Tomada de vivirica1.blogspot.com

   En efecto, Juan había abandonado casi por completo sus estudios, pero con el apoyo de Laura y la insistencia, que para él no era certeza, de que lo amaba, logró concentrarse y retomar el rumbo.  Ambos concluyeron sus estudios y consiguieron trabajo: ella, en una dependencia gubernamental y él, de manera particular pues así tendría el tiempo necesario para dedicarlo a ella.
   Juan iba diariamente al lugar donde Laura laboraba.  A veces, Laura salía agitada, otras ansiosa, otras molesta, otras deprimida y otras, feliz.  Siempre comentaba con Juan el motivo de sus estados de ánimo, que eran consecuencia de lo vivido en el campo laboral.
   Por su parte, Juan había controlado los celos, pero no lo suficiente porque siempre se preguntaba: ¿Será verdad? ¿Habrá conocido a alguien que es más interesante que yo?".  Pero no externaba comentario alguno, no quería evidenciar que la inseguridad y el temor lo invadían, no quería que Laura supiera que aquel miedo a la incertidumbre había reaparecido.
--¿Quiéres casarte conmigo?--preguntó Juan.
--¿Pero por qué?  Mira, así estamos bien por ahora.  Quiero hacer mi vida  en plenitud antes de unirnos totalmente.  Deseo disfrutar mi salario, salir, contigo por supuesto, pero sin ataduras.
    Esta respuesta incrementó los celos de Juan, detonaron su impulsividad y, al tiempo que desataba su cinturón y lo deslizaba para tenerlo entre sus manos, dijo así:
--Con que no, eh?  Acaso no soy suficiente para tí? Dime quién es el tipo que ahora ocupa tu mente.
   Laura se sorprendió porque al escuchar esas palabras, sintió cómo la tira de cuero rodeó su cuello.  Ella gritó, imploró:
--No, Juan.  Tú eres el único al que amo.  No hay nadie más que tú.  Tú me gustas demasiado.
   La presión del cinturón cedió, ella logró safarse y, unos pasos atrás, dijo a Juan:
--Estás mal.  Necesitas ayuda profesional.
--No, lo que necesito son certezas.  Quiero la certeza de que es conmigo con quien vas a vivir.  Si no es así, me suicido.
   Acto seguido, el hombre puso el cinturón en su cuello.  No tuvo la fuerza o el valor suficiente para apretar, pero tuvo que aceptar que las certezas son tales cuando existen hechos que las sustenten.
   Laura se fue, sola, a su casa.  Al llegar, contó a sus padres lo acontecido:
--Hija, no cabe duda de que se trata de un individuo peligroso.  Creo que lo más recomendable es que nos vayamos.
 
   Ahora, Laura radica en otro lugar, alejado del hombre al que respetó, amó y en quien confió, pero que tenía un gran defecto: los celos.