IMPORTANTE DOCUMENTO
OCULTO POR MUCHOS AÑOS
INTERESANTES REVELACIONES
DEL PADRE
EDUARDO SANCHEZ CAMACHO
OBISPO DE TAMAULIPAS
NOTA BIOGRÁFICA.
Sánchez
Camacho. (Eduardo) - Obispo de Tamaulipas. Nació en la C. de Hermosillo el 18
de Septiembre de 1838, ingresó al Seminario de Culiacán recibiendo las órdenes
menores en 1860 y concluyó la carrera sacerdotal dos años después. Prosiguió
los estudios en el Seminario de Guadalajara, se recibió de Doctor en Teología,
fue Catedrático del mismo, Provisor del Arzobispado y Pro-secretario de la
Mitra de Sonora. Fue preconizado Obispo de Tamaulipas por el Papa León XIII en
consistorio de 27 de Febrero de 1880, consagrado en Guadalajara el 29 de Julio
y tomó posesión de la Mitra en C. Victoria en diciembre del mismo año En 1895
tuvo dificultades con otros elementos del Episcopado Mexicano relacionadas con
la aparición de la Virgen de Guadalupe, cuyo hecho no aceptó como principio de
fe, el 31 de Mayo de 1896 hizo dimisión del Obispado, lo entregó el 3 de
Octubre siguiente a un Administrador Apostólico, se retiró a una finca de campo
inmediata a C. Victoria, llamada El Olvido, y allí concluyó sus días el 14 de
Diciembre de 1920.
Diccionario
de Historia, Geografía y Biografía Sonorenses.- Por Francisco R. Almada.-
Chihuahua, Chih.- 1952.- Impresora Ruiz Sandoval.
INTRODUCCION
I
Vivo
dentro de cuatro paredes de piedra y cemento mexicano o mezcla de cal y arena.
Las
paredes son elevadas, y, por su material, duras. Chocan con esas paredes
sonidos fuertes y molestos.
Estoy
separado completamente de la sociedad, política que, por razones que el tiempo
dirá, me ha desechado y hasta injuriado por medio de los órganos de su prensa.
Estoy
separado de la sociedad religiosa, porque yo mismo me separé del romanismo; y
sus adeptos aquí, que se decían mis amigos, me odian y desean mi exterminio.
Las
asociaciones religiosas en mi país, que no son romanistas, son más bien
filosóficas que religiosas; o más bien enseñan su religión respetando la razón,
que sujetándola a dogmas; y para ser filósofo no se necesita ser religioso.
La
sociedad civil aquí, como sucede casi en todo mi país, está sumisa a la
política, y creo, o mejor dicho, veo y siento que nada tiene que ver conmigo.
Vivo
aislado completamente, en consecuencia de lo dicho, y sólo los ecos de mis
muros me hacen fijarme en algo que suena mal a mis oídos.
Para
responder a esos sonidos tengo necesidad de usar el argumento que los
estudiantes llaman Ad Hominem o usar de las armas mismas que contra la verdad
esgrimen sus enemigos.
Por
está razón dispensaran los libres pensadores, a quienes sinceramente
pertenezco, que use de testimonios bíblicos o de los llamados Santos Padres.
II
Ni
de la sociedad política, ni de la civil quiero ocuparme.
Las
sociedades religiosas que no son romanistas, ni tienen que ver conmigo, ni yo
tengo que ocuparme de ellas.
La
iglesia romana es la que me ha sacrificado, y de la que tengo que hablar, si
hablo de ecos o de religión.
Esa
sociedad romanista me metió a su gremio contra mi voluntad, porque dijo quien
fue su instrumento, que yo le sería muy útil.
Ese
instrumento de la iglesia romana, que me sacrificó, no fue mi único antiguo y
sabio Prelado del Ilmo. y Santo Sor. Don Pedro Loza, sino el Rector del
Seminario de Sonora que estaba en Culiacán.
Serví
cuarenta años a esa iglesia romana, siempre con aprobación y elogios de mis
superiores. Vine de Obispo a Tamaulipas y aquí se eclipsó mi estrella.
No
creía ni creo en la Aparición de la llamada Virgen María en el Tepeyac.
Jamás
apoyé ni protegí a un clérigo indigno: y cuando fui Obispo, perseguí a los
clérigos hipócritas, a los inmorales e indignos, como el criminal más vulgar,
sin creer ni sostener el falso principio de que son los ungidos del Señor, y de
que, por eso, nadie puede castigarlos ni tocarlos siquiera.
Juzgo
y siempre he creído que un mal clérigo, es el reo más digno de los mayores
castigos corporales, porque su crimen es superior al de los simples fieles o
creyentes.
III
Mis
ideas expresadas tocaron las fibras de un émulo mío que tenía influencia en
Roma y en el clero mexicano, y trabajó contra mí.
Esas
mismas ideas sirvieron a otro alto dignatario eclesiástico, que quiso dominar
al clero de México mismo, para perseguirme y desprestigiarme.
Lo
de mi escepticismo guadalupano irritó indignó en sumo grado al Obispo y Cabildo
de Puebla, que me amenazaron con la inquisición romana. Tengo sus
comunicaciones que a su tiempo se publicarán.
El
Obispo de Puebla era Abogado y juzgo que su cabildo, en que figuraba el actual
Arzobispo de aquella Ciudad, que firma la comunicación de su Corporación, era
algo ilustrado.
¿Cómo
pudieron esos señores amenazar a un mexicano con los juicios de la inquisición
Romana? Nuestras leyes son claras y terminantes, y un mexicano se ríe de la
institución inquisitorial de Roma.
Pero
todo eso me puso en contra a Roma y los suyos y vino en mil ochocientos noventa
y seis un enviado del Papa, llamado Nicolás Averardi, con instrucciones
expresas de quitarme mis ideas.
Este
hombre fue quien me hizo separar de Roma y los suyos, y a este hombre lo ha
pintado con negras tintas el Obispo actual de San Luis Potosí.
Este
enviado de Roma, que se llamaba Visitador Apostólico, salió del país, después
de algún tiempo, sumamente desairado.
Pasaron
algunos años, y el pasado vino otro enviado del Papa, un fraile benedictino
llamado Domingo Serafíni, que, como buen fraile sólo se ocupó de comer, beber,
pasearse y recibir ovaciones y religiosos presentes, hasta que los tapatíos,
con un Arzobispo ignorante y pretencioso, le dieron naranjazos,
Esto
bastó para que el frailecito se asustara tanto, que casi de incógnito volvió a
México y se marchó a Roma sin librarse de algunos silbidos que recibió por
Yucatán.
--¡Qué
poca energía y qué falta de abnegación en los que se llaman falsa y
sacrílegamente ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios!
¡Qué
poca energía y qué falta de abnegación de las Prelados Mexicanos que fomentan
con su conducta la de los enviados del Papa!
Estos
son los antecedentes de los ecos que esta Quinta produce en la actualidad, y
que ocupan al que la habita.
ECOS
PRIMEROS
Después
de lo dicho en la introducción, sonó en estos muros la especie de que venía un
tercer enviado del Papa, con el carácter de delegado suyo, y cuyo nombre es
José Ridolfi.
Expresó
el sonido que Monseñor Ridolfi, era Ilmo. y yo, que he sido Obispo, no sé hasta
ahora en qué consiste ese Ilmo. de quien ni siquiera es ilustre.
Dijo
el sonido que el Sr. Ridolfi era Digmo. y así se llaman los Obispos todos,
aunque sean ebrios, libidinosos, avaros, etc., porque el derecho canónigo
enseña que el Episcopado es el grado mayor de perfección cristiana.
El
tratamiento de Excelencia o Excelentísimo que se da a ese enviado del Papa es
recuerdo de lo que fue y de lo que quiere ser el Papado.
El
expresado Ilmo., Digmo. y Exmo. Don José Ridolfi entró al país por el
ferrocarril Nacional, y sin ser sentido de nadie, ni admitir manifestaciones
públicas, como Averardi y Seráfini; y se dijo que ni bendiciones quiso dar
públicamente.
Está
conducta del enviado de Pío X pudo interpretarse por Ánimos perversos, como
temor a los naranjazos tapatíos y silbidos yucatecos, pero los Ánimos bien
dispuestos, como el mío, Eduardo Sánchez Camacho, creyeron otra cosa, y se
equivocaron o nos equivocamos.
Pío
X, al subir al llamado trono pontificio -Cristo no tuvo más trono que la Cruz-
dio su primer Encíclica para restablecer todo en Cristo: “Restaurare Omnia in
Cristo” fue el nombre o título de esa Encíclica.
Creímos
los cándidos qué Monseñor Ridolfi procuraría realizar la idea papal, y que, con
la modestia y humildad cristiana trabajaría por restablecer las costumbres
cristianas en el clero y en el pueblo.
Creímos
los cándidos que Monseñor Ridolfi no quería reino, ni honores ni riquezas en
este mundo, sino que daría al César lo que es del César y se conformaría con la
segura posesión de Dios, después de está vida.
Creímos
los cándidos que se establecería en México la religión Cristiana, quitándonos
la Castellana que en mala hora nos trajeron los conquistadores en el siglo
quince y dieciséis.
Los
cándidos creemos o sabemos, por que no creemos en nada que no sea claro como la
razón, que la religión Cristiana es la natural y que está es benéfica al hombre
y a la Sociedad; y creímos que se llegaba el día de tener ese bien. ¡Qué
errados anduvimos!
Monseñor
Ridolfi llegó a México y se encontró con un sacerdote italiano Cerreti, que era
su secretario, que había hecho ya su fortuna en México, como secretario de
Seráfini y como encargado de la delegación Apostólica.
Ese
Cerreti había recibido los naranjazos de Guadalajara, pero el amor al dinero lo
hace abnegado e indiferente a los desaires.
Ese
Cerreti sabía y sabe que el Clero mexicano, más inmoral que todos los del viejo
mundo, es generoso, conoce el modo fácil de hacer dinero, y proporciona el modo
de adquirirlo, si no lo da en abundancia.
Ese
Cerreti sabía y sabe que la idolatría del pueblo mexicano es muy productiva de
dinero.
Todas
estás lecciones las aprendió luego Monseñor Ridolfi, y como buen clérigo
italiano y adorador de Mamón y de Baco y de todo el Olimpo Griego, prefirió el
gozo a la vida difícil del cristiano ¡y a gozar dijo! y a gozar se fue.
Primero
empezó por el pulque, buenos vinos chalupas y demás golosinas de los pueblos
del Arzobispado de México, que le dieron también buen dinero y le hicieron
manifestaciones públicas contra nuestras leyes.
Vino
luego el creso de Morelia y le dio ¡Cuántas y cuán buenas cosas! Fue tanto lo
que allí gozó Su Excia. Ilma., que no pudo menos de publicar una manifestación
solemne de su gratitud. ¡Poderoso caballero es Don dinero!
Después
de esto lo invitó el creso de Puebla. ¡Cuánto y cuán bueno encontró allí su
Excia. Ilma.! Pero Cristo quedó por los suelos.
Ahí
dejo a ese Sr. Delegado para ocuparme de él otra vez, cuando nuevos sonidos
hieran estos muros.
Algo
siento de emulación y envidia, y hasta me dan ganas de volver a ser Obispo al
ver lo bien que comen, beben y se divierten los Sres. Arzobispos y Obispos de
México en compañía de Su Santidad o de sus Exmos. Delegados.
Yo
estoy reducido a un censo que con trabajo pude consignar sobre unas fincas que
vendí al finado Sr. Don Filemón Fierro y Terán.
Esas
fincas valían cuarenta mil pesos y las vendí por dieciocho mil porque no pude conseguir
más del Ilmo. comprador, y no quise crear dificultades a su administración.
Dejé
el capital gravando las fincas y en ellas se consiguió el miserabilísimo censo
de doscientos pesos mensuales, que son insuficientes para mis necesidades de
viejo y naturalmente enfermizo, y para las de los pobres verdaderamente dignos,
que aquí se acostumbraron a verme como a su Providencia.
Los
cincuenta o cuarenta mil pesos que gasté en está Iglesia Catedral, ni se me han
pagado ni reconocido.
Los
ochenta mil pesos de mi congrua, durante los diez primeros años de mi
administración de este Obispado, que nada tenía antes de formar yo su Hacienda,
ni se me han pagado, ni reconocido.
Compré
en Guadalajara una casa para alojar en ella a las dispersas monjas Capuchinas.
Por manejos del Secretario del Ilmo. Sor. Loza Don Florencio Parga extendí en
favor de este Señor, aquí en Victoria, escritura de venta de dicha casa, que en
estricta justicia era y es mía.
En
esa escritura expresé que el precio se me había satisfecho, por respeto y
atención al Santo Señor Loza, por quien yo habría dado la vida.
Ni
el Sor. Parga, ni mucho menos su ignorante y pretencioso Prelado actual me han
pagado ni reconoció ese capital; por que parece que sólo saben dar ocasión de
que los delegados del Papa reciban naranjazos.
Después
de esto puede juzgarse de la razón de mi emulación y envidia de los que comen,
beben, y se divierten por mayor; y si se juzga que no tengo razón, dejaré de
ser envidioso y que coman y beban y gocen los que son menos cándidos que yo.
II
Repercutió
aquí también que el Episcopado Mexicano reprobaba mi conducta de separación de
Roma y los suyos.
Esto
es tan claro como la luz meridiana. Se cree qué el Papa es el centro de la
unidad Católica, como se llama falsamente la Iglesia Romana; y se cree que sin
esa unidad no se puede ser. ¡Error garrafal y patente a todos los que quieren
ver!
¿Qué
unidad es esa que se quiere conservar con el Papa? ¿Es la unidad de religión?
Hay centenares de religiones en el mundo que no reconocen al Papa.
¿Es
la unidad de fe? ¡Cuánta discrepancia existe entre la fe de los romanistas en
los Estados Unidos de Norte América y los de México!
¿Qué
fe es esa que necesita unión con el Papa? ¿Es la fe de nuestros indios?
Ciertamente no. Nuestros indios son idólatras, y con conservarles sus ídolos
con los nombres de vírgenes o santos, hacen ningún caso del Papa.
Si
esto es lo que quieren los Obispos romanistas en México, hagan la prueba;
fomenten el culto que profesan sus indios y su gente del Pueblo, sáquenles Cuánto
dinero puedan, sin dar nada al Papa y a sus delegados, y verán cómo subsisten
ricos e influyentes sin necesidad de nadie o sin necesidad del Papa.
El
papado el día de hoy sólo es un charco hediondo y miasmático, formado por los
residuos de los torrentes de sangre y lágrimas que causaron todas las
usurpaciones y despojos de tronos, bienes honor y fortuna, en la edad media. El
papado es el estanque hediondo miasmático y mortífero, residuo de todos los
absolutismos, de todos los despotismos, de todas las tiranías, de todas las
guerras injustas, de todos los asesinatos, de todas las víctimas inmoladas en
hornos u hogueras, de todas las calamidades y desgracias que como torrentes
inundaron a Europa en la edad media.
Tiene
que acabar esa institución, por más que los Obispos Mexicanos quieran sostener
en México con perjuicio de nuestro pueblo.
Hágase
lo que se quiera contra mi modo de obrar en está parte: protéstese tácitamente
contra mí derrochando el dinero de nuestro pueblo en francachelas episcopales y
papales.
Esto
mismo justificará mi conducta y todos verán que los autores del mal son los
Arzobispos y Obispos de México, apoyados por los enviados del Papa, y para
fomentar los vicios de éstos.
Día
vendrá en que esos Sres. mitrados que deben ser los defensores de nuestro
pueblo, y que lo esquilman, embrutecen y abaten hasta lo sumo, paguen o sufran
la pena de su delito de lesa humanidad y de traición a los que los sostienen,
toleran y sufren.
Sigan
los Arzobispos y Obispos mexicanos fomentando la avaricia, y los vicios del
Papa y sus enviados: sigan protestando tácitamente contra mi modo de pensar y
de obrar contra el Papado, que ya sentirán las consecuencias de su conducta
antipatriótica e indigna.
III
!Qué
terquedad tan brutal! ¡No creyera yo, ni me parece que ningún hombre de sana
razón puede creer 1o que hace la superstición pertinaz y ciega de los hombres
que se llaman grandes e ilustrados y que deberían ser los guías de la multitud,
para, llevarla a su verdadera dicha, y son verdaderos lobos que devoran al
pobre ignorante, que desgraciadamente cree con fe ciega en embustes religiosos!
¡Un
joven de buenas disposiciones intelectuales, nacido en algún pueblo próximo a
Tezucan o a Matamoros Izúcar o Izúcar de Matamoros, de la clase de nuestro
pueblo indígena! ¡Un joven que podría haber sido útil a su país, si no hubiera
tenido las creencias fanáticas de sus antepasados, y una ambición sin límites
en el orden religioso o pecuniario!
Ese
joven buscó el lugar que en sus primeros años impartía la instrucción
científica en Puebla, e ingresó a aquel Seminario.
Su
Prelado, Don Carlos Ma. Colina, vio que el joven prometía mucho en lo
eclesiástico: y lo mandó a la cueva de lobos, que en mala hora promovió que se
estableciera en Roma un Sacerdote de la América del Sur.
En
ese establecimiento, nuestro joven, con su apariencia de profunda humildad, o
tartufismo natural, ganó el afecto de sus profesores y el de personas
influyentes, que es lo que todo lo puede y todo lo hace en aquella levítica ciudad.
Con
los expresados elementos y su natural tartufismo, nuestro joven obtuvo grado o
grados académicos en la ciudad de las tradiciones o de todas 1as ficciones
religiosas de todo el mundo; y por eso la ciudad, en lo religioso, de todas las
mentiras que pueda forjar la imaginación enfermiza y exaltada de algunos y la
mala fe de muchos.
Los
grados académicos en Roma se obtienen con facilidad ni hay influencias: y si
hay dinero, la cosa es más fácil. No quiero injuriar al joven aludido diciendo
que debió su grado o grados a esos elementos: pero el caso es que esos doctores
y maestros que salen de la cueva de lobos de que antes hablé, poco hacen y poco
brillan en México.
Lo
que nuestro joven hizo fue aumentar su fanatismo en un mil por uno. Dijo algún
Santo Padre, creo que San León Magno, que Roma, de maestra del error se había
convertido en discípula de la verdad, y se equivocó e1 buen Pontífice.
Debió
decir que Roma de maestra del error gentílico, más filosófico que otros muchos,
se convirtió en maestra de los millares de errores que producen las cabezas
desequilibradas de los llamados creyentes romanistas.
Nuestro
joven volvió a su país con su multiplicado fanatismo y su natural ambición, y
luego fue hecho Prebendado de Puebla; y poco después Vicario Capitular de
aquella Diócesis.
Siguió
su afán de ser mucho, y fue Obispo de Chilapa, de donde vino muchas veces a
Puebla y México, y estableció en ésta el Apostolado de la Cruz, si no recuerdo
mal.
Los
que conocemos los manejos clericales juzgamos que ese Obispo novel, quería algo
más: y en efecto fue a poco nombrado Obispo de Puebla.
No
se conformó con esto, sino que a poco resultó que Puebla era Arzobispado, y que
nuestro aludido era su primer Arzobispo.
¿Qué
querrá ahora? Ser Cardenal y Papa si es posible; porque esa es la modestia y
humildad cristiana que en nuestros tiempos profesan los altos dignatarios de
la Iglesia romana; dando un buen ejemplo a sus subordinados, que quieren
también, en gran número, ser algo más que simples sacerdotes.
Ese
joven indígena, ese indio inteligente, ese seminarista aventajado de Puebla,
ese alumno de la cueva de lobos Pio Latino Americano, ese infulado romano, ese
prematuro Prebendado, Obispo dos veces y Arzobispo, ese fundador de una
Sociedad religiosa, ha mandado un Edicto a su clero y desgraciado pueblo, que
expresa las siguientes falsedades, que he de demostrar que lo son, porque
cualquiera puede verlo.
O
juzgamos que el autor de ese Edicto cree lo que dice, y tenemos, en
consecuencia, que considerarlo como un analfabeta vulgar; o juzgamos que conoce
la falsedad de sus asertos, y hemos de decir que es un descarado, embustero y
mentiroso. Cada cual elija el juicio que de ese personaje pernicioso quiera
formarse.
IV
Dice
en su Edicto de fecha 7 de Noviembre de 1905, el Ilmo. Rmo. Sor. Dor. Don Ramón
Ibarra y González, lo siguiente, entre mil cosas y barbaridades.
1o.
“El venturoso día 12 de Diciembre... Está fecha memorable, que es una de las
más gloriosas de nuestra Historia...”
2o.
“...la Santísima Virgen de Guadalupe... quiso que se pintara milagrosamente por
medio de los ángeles, en la tosca tilma de Juan Diego, su incomparable
imagen...”
A1
contemplar este prodigio (el de la falsa aparición del Tepeyac) el inmortal
Pontífice Benedicto XIV, lleno de emoción exclamó: Non fecit taliter Omni
Nationi: “No hizo Dios cosa semejante con otra nación”.
3o.
“Nuestra amada Arquidiócesis que tiene la gloria de haber iniciado las
peregrinaciones diocesales al Tepeyac...”
4o.
“...preferiríamos mil veces que está ilustre Iglesia Metropolitana de Puebla,
desapareciese del mapa de la República, antes que alguien vea defeccionarse en
tributar a la Gran Madre de Dios, esa prueba de amor filial (la peregrinación
al Tepeyac) y de su inquebrantable creencia en el sobrenaturalísimo
Guadalupano”.
5o.
“...el demonio comienza a hacer la guerra a las peregrinaciones del Tepeyac”.
6o.
“Esos obsequios espirituales podréis mandarlos a nuestra Secretaría de Cámara y
Gobierno, al terminar el mes de Enero próximo...”
Voy
a ocuparme en demostrar, en breves palabras, que son falsos todos esos asertos
del Sor. Ibarra, a excepción del último, que es el positivo y móvil de toda esa
piedad impía y de toda esa palabrería.
Declaro
con toda sinceridad que no es mi capricho el que defiendo, porque hoy nada me
interesa la Iglesia Romana sino la vergüenza que me da de haber pertenecido a
un gremio de Obispos que se empeñan en sostener e imponer una cosa falsa a
todas luces, desprestigiándose a sí mismos y a la religión de Cristo, que dicen
que enseñan.
V
El
primer aserto que cito del Sor. Ibarra dice: “El venturoso día 12 de
Diciembre... Está fecha memorable que es una de las más gloriosas de Nuestra
Historia...”
No
hay una sola palabra en la Historia de México que se refiera a la aparición de
la Madre de Cristo en el Tepeyac.
Suárez
de Peralta dice que la imagen, milagrosísima, como él la llama, se apareció
entre espinas; general único que en el siglo. XVI habló de la imagen de
Guadalupe aparecida entre espinas.
La
aparición de imágenes fue muy frecuente en España y el P. Florencia en su
“Estrella del Norte” y refiriéndose a la Guadalupe de aquel país nos dice el
modo de su aparición.
Aquí
en Tamaulipas hay muchas imágenes aparecidas, siendo la más notable la del
“Chorro” o “Chorrito”; pero ni esa ni ninguna otra tiene las pretensiones de
origen angélico o divina, ni menos de ser obra de la Madre de Cristo. ¡Son más
racionales los tamaulipecos que el Ilmo. Arzobispo de Puebla!
Algún
sabio ha dicho que los indios acostumbraban poner sus imágenes fuera de las
iglesias, y que de allí las levantaban los clérigos o empleados de los templos.
Tal
vez Marcos Cipac, autor de la imperfectísima pintura del Tepeyac, la puso fuera
de la ermita que allí había y fue recogida por los empleados de dicha ermita o
Capilla para que hiciera milagros.
Todas
estas explicaciones son innecesarias, porque los que no creen en la Aparición
de la persona de la Madre de Cristo en el Tepeyac, no se refieren a imágenes
sino a la Mujer María de Nazaret hija de Joaquín y Ana, según la leyenda
bíblica y dicen que nunca han visitado esa Señora del Tepeyac.
Mientras
no se demuestre a esos incrédulos a quienes pertenezco que María estuvo en el
Tepeyac están en su pleno derecho si lo niegan.
Ningún
historiador del siglo XVI ha dicho nada de esa aparición; luego no sucedió.
Este
argumento concluyente en Historia y en Derecho, lo desechan los aparicionistas,
por que dicen que es negativa.
Suponen,
lo que deben probar, que están en posesión de la verdad y que un argumento
negativo nada vale contra ellos; pero no prueban, ni pueden probar esa verdad
de que blazonan.
Dado
y jamás concedido, porque es claramente falso, que Suárez de Peralta no hablara
de aparición de imagen sino de la persona de la Madre de Cristo; ese escritor
fue de fines del siglo XVI, y su dicho nada vale, según la regla, que debe
saber muy bien el Sor. Ibarra: “Dictum Unius, Dicturn Nilllius”' o “Dictum
Unurn, Dicturn Nullum”.
Este
principio de derecho, es natural y generalmente aceptado y practicado. Ninguna
persona sensata acepta la primer especie que oye sobre algún asunto; si no que
espera que lo que ha oído, o se le ha dicho lo confirme el dicho de otro u
otros.
En
derecho un testigo no es prueba suficiente de ningún hecho o dicho; si no que
se necesitan por lo menos dos intachables y contestes, para hacer prueba
jurídica.
Si
esto sucede en hechos humanos sujetos a nuestros sentidos, es de todo punto
indispensable en hechos sobrenaturales, o que se dicen sobrenaturales; y en
estos juzgo que no es prueba suficiente el dicho conteste de dos personas, sino
que se necesitan muchas más, perfectamente despreocupadas, libres de toda
presión y de cerebro enteramente sano.
Nada
de esto nos pueden presentar, ni citar los aparicionistas, ni el Sor. Don.
Ibarra puede hacerlo; luego en el siglo VI no hay autor ninguno, ni historia
ninguna del glorioso día 12 de Diciembre como se lo imagina, o pretende
imaginarlo el Ilmo. Sor. Arzobispo de Puebla.
Este
es argumento negativo que prueba plenamente en Historia, y que nos basta a los
antiaparicionistas, mientras no se nos den pruebas plenas y suficientes de lo
contrario; pero veamos ni hay algo más contra la fingida Aparición del Tepeyac.
VI
Pocas
palabras para ser difuso.
El
Obispo Fr. Juan de Zumárraga, dijo o hizo que dijera algún empleado o súbdito
suyo: “Ya no hay milagros”. Es así que la Aparición Guadalupana de que habla
Sor. Ibarra habría sido un milagro; luego no lo hubo en tiempo de Zumárraga.
El
P. Sahagún, religioso instruido, piadoso y virtuoso, tacha de idolátrico el
culto de la imagen del Tepeyac; luego este no tenía origen divino, ni era obra
de la Madre de Cristo.
El
mismo dice que “...en tan poco tiempo y con tan poca lengua y predicación y sin
ningún milagro, tanta muchedumbre de gente se había convertido”. Luego no hubo
el sobrenaturalísimo guadalupano, ni se obró el gran milagro de que habla el
Sr. Ibarra.
El
P. Mendieta, dice: “...será bien decir algo del ejemplo con que estos siervos
de Dios (los religiosos) y primeros evangelizadores vivían y trataban entre
tanta multitud de infieles, que para su conversión fue una viva predicación, y
suplió la falta de milagros que en la primitiva iglesia hubo, y en está nueva
no fueron menester”. Luego falta la página gloriosa del Sor. Ibarra.
El
mismo dice: “Y como estos indios naturales de está Nueva España con tanta
facilidad y deseo recibieron la fe, no han sido necesarios milagros para la
conversión de ellos”. Luego no sucedió el milagro de la Aparición.
Es
bueno rectificar la falsa especie proferida el año pasado en el Congreso
Mariano de Morelia, por alguna persona de instrucción y tal vez de buena fe.
Dijo que la Guadalupana había influido en la evangelización de los indios; y ya
se ve que esa evangelización se hizo sin milagros y sin la Guadalupana.
Asombra
verdaderamente que hombres instruidos y honrados ignoren que el culto
guadalupano, tal como hoy se profesa en la Capital de la República, o con la
falsa especie de la Aparición, es muy posterior al establecimiento del
cristianismo español o castellano -el que tenemos- en México.
Las
diócesis antiguas ni pensaron en la Guadalupana, y las erigidas hasta el siglo
XVI, no se distinguieron por su piedad y culto de Guadalupe. El que esto
escribe nació en un pueblo cristiano, a la castellana se entiende, y sólo
recuerda haber visto en lugar secundario de la iglesia de Hermosillo una mala
pintura de Guadalupe.
Sería
interminable citar escritores del siglo XVI, que como los anteriores que he
citado declaran la falsedad de la Aparición, y sólo quiero recordar dos
testimonios que hacen prueba plena en cualquier juicio.
Si
el Sor. Ibarra citase algunos autores, estos son posteriores al R. don Miguel
Sánchez, que de algún viejo archivo sacó el sainete o comedia que, para
representarse en algún día de fiesta escolar, compuso Don Antonio Valeriano,
indio inteligente, docto y alumno aprovechado del Colegio de Santiago
Tlaltelolco.
Publicó
Sánchez, en 1648, esa comedia convirtiéndola en historia, pero fue tan
desgraciado en su empresa que la comunicó al Capellán o vicario de la Ermita de
Guadalupe Don Luis Lazo de la Vega, que la propagó entre los indios, pero
contestó a Sánchez, que él y todos sus antecesores nada sabían de esa
Aparición; luego ni había ésta -la aparición- ni había, ni hay, ni habrá la
decantada tradición de que hablan los aparicionistas.
VII
Los
primeros frailes franciscanos que vinieron a México, en la época de la
conquista, fueron hombres ejemplares en el cumplimiento de su oficio.
Procuraron
en sus predicaciones y con su ejemplo y conducta, apartar a los indios de la
idolatría. Vinieron, por esto, con disgusto, que se divulgara que la imagen de
Guadalupe que se veneraba en el Tepeyac, y que era obra del indio Marcos Cipac
o Marcos de Aquino, hacía milagros.
Juzgaron
que esto hacía a los indios que adorasen a las imágenes, como hoy lo hacen con
autorización y aun por orden de los Prelados; volviendo así a la idolatría, que
es la que practicaban nuestros indios.
El
P. Fray Francisco de Bustamante, Provincial de los franciscanos, predicó en
alguna iglesia de México el ocho de Septiembre de 1556 y dijo todo lo que
antes he expresado en este párrafo.
Dijo
además que el que inventó o por primera vez dijo que aquella imagen hacía
milagros, merecía que le dieran cien azotes, y doscientos al que siguiera
divulgándolo.
Dijo
que el Arzobispo Fr. Alonso de Montúfar, que entonces gobernaba aquella
iglesia, autorizaba esos falsos milagros, contra lo dispuesto por un Concilio
de Letrán, bajo pena de excomunión.
Y
dijo también que el Virrey, que estaba presente debía como Vice-Patrono, poner
la ley al Arzobispo.
Esto
irritó a Su Señoría Ilustrísima, el Sr. Montúfar, e inició un proceso contra el
Padre Bustamante, por falta de atención y respeto al Prelado.
En
ese proceso consta todo lo que llevo expresado, y consta además que el
Arzobispo Montúfar dice, que él no había autorizado los milagros de la Virgen
o imagen del Tepeyac, sino que “no hacía caso de ellos, porque no tenía
información hecha de ellos: que andaba haciendo la información...” Este es
documento oficial, que hace prueba plena en cualquier juicio.
Luego
en 1556 no había habido aparición, sino que se sabía y decía públicamente que
la imagen del Tepeyac era pintura del indio Marcos Cipac, y sus milagros no
eran auténticos.
Esto
llegó a oídos de Su Majestad el Rey, entonces nuestro Señor, y pidió informe al
Virrey Don Martín Enríquez sobre el origen de la ermita y culto de la imagen
del Tepeyac; y el Virrey contestando en 23 de Septiembre de 1575: “que el año
de 55 ó 56 estáva allí (en Guadalupe) una ermitilla, en la cual estáva la
imagen que ahora está en la iglesia, y que un ganadero que por allí andava,
publicó aver cobrado salud yendo A aquella hermita y empezó a crecer la
devoción de la gente, y pusieron nombre A la ymagen Nuestra Señora de Guadalupe
por dezir que se parecía a la de Guadalupe de España”.
Luego
el origen de esa imagen del Tepeyac y de su culto no es la supuesta y falsa
aparición.
Este
documento también hace prueba plena en derecho, por ser oficial de un Virrey a
su Soberano. Sé muy bien que algún jesuita residente en Puebla en años pasados,
contestó este irrefragable testimonio del Virrey Enríquez con injurias a su persona,
que fue protector de la orden de Loyola; pero las injurias no son razones, ni
argumentos ni pruebas, sino desahogo de quien no tiene qué contestar, y que
deben despreciarse o castigarse.
Suspendo
aquí estos Ecos para continuarlos en una segunda parte.
Sólo
quiero añadir algunas palabras que me interesan mucho a mí personalmente, y que
pongo en el párrafo siguiente.
VIII
Juzgo
que lo que he dicho del Papa y del Papado va a proporcionar a Su Santidad
grandes manifestaciones de profunda sumisión y respeto del Clero Mexicano.
Esa
sumisión y respeto sin límites va a llevar a Su Santidad ricos presentes de oro
y otras cosas preciosas,
Los
romanos como Su Santidad numeraban cuatro Quasi contratos y uno de ellos era:
“Facio ut des” “Hago para que des”.
Creo
por eso que Su Santidad debía en justicia asignarme siquiera el sueldo mensual
de uno de los suizos de su guardia palatina; y eso me serviría mucho en mis actuales
circunstancias económicas.
El
Sor. Delegado de Su Santidad en México va a ser también objeto de mayores
obsequios; va a tener más invitaciones, más banquetes, más músicas, más veladas
literario-musicales más recepciones, y más obsequios pecuniarios; y todo eso
por lo que yo he dicho.
Juzgo
que su Excelencia Ilustrísima y Reverendísima y Dignísima debe pagar mis buenos
servicios con algunos miles de pesos de los que reciba.
Los
Ilmos. Digmos. y Reverendísimos Sres. Arzobispos y Obispos de México, van a
tener, por lo que yo he dicho, un grande incremento de piedad en sus fieles, y
esa piedad se traduce en plata y oro.
Nada
cuesta a Sus Señorías Ilustrísimas y Reverendísimas, mandarme siquiera el
diezmo de ese aumento de piedad argentina y dorada.
E1
Ilmo. y Rmo. Sor. Arzobispo de Guadalajara, ignorante y pretencioso como es,
traerá otros cien mil peregrinos a la Basílica Guadalupana, les hará veinte
funciones, para que todos tengan el gusto de asistir a alguna de ellas,
predicarán los notables oradores Canónigo Dor. Don Ramón López y el Canónigo y
Dor. Don Pedro Romero, recibirá las calurosas felicitaciones del anciano y
venerable Obispo de Chilapa, Dor. Don Homobono Anaya, en cuyo acto Literario
para obtener la borla se empató la votación, y su Mtro. Don Francisco Melitón
Vargas, Rector entonces del Seminario de Guadalajara, y en ese acto literario y
noche triste del Sr. Anaya, Presidente del Claustro, con voto decisivo por
esto, resolvió la votación en su favor.
Está
valiosísima felicitación de hombre tan ilustre, el hecho de haberse separado el
Ilmo. Sor. Ortiz del camino seguido por su Santo Predecesor, el Sor. Loza, el
aumento de piedad de los fieles, los naranjazos que fue causa de que dieran al
Exmo. Seráfini etc., etc., etc., deben proporcionarle fuertes sumas, y con
desahogo pueda su Señoría Ilustrísima pagarme este buen servicio que le hago, o
al menos pagarme las casa que ocupan sus Capuchinas, y que es mía en estricta
justicia.
El
Digmo., Ilmo. y Rmo. Sor. Doctor Don Próspero María Alarcón y Sánchez de la
Barquera, que va a tener, por mis buenos oficios, aumento de ingresas de en
las cajas de la Basílica Guadalupana, debería nombrarme Canónigo honorario de
esa Iglesia con goce del sueldo de Canónigo. Esto sería muy poco, pero yo me
conformaría con ello.
Si
los Sres. aludidos y expresados me hacen justicia, diré que al fin la hicieron
en algún caso y si no me la hacen, diré que saben utilizar el trabajo ajeno sin
retribuirlo.
Quinta
del Olvido en Ciudad Victoria, Capital de Tamaulipas, Diciembre veinticinco,
Fiesta de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, postergado hoy por la
indita Guadalupana, y año de mil novecientos cinco.
SEGUNDA
PARTE
De
la trama, muy mal hecha del Edicto del Ilmo. Sor. Arzobispo Don Ramón Ibarra y
González, se pueden tomar tantos puntos, en el sentido gramatical, literario y
científico que no quedaría ni un solo hilo de esa trama; pero yo he tomado los
que me convienen y quedan enumerados en la primera parte de estos ecos.
Dice
Su Señoría Ilustrísima que “...la Santísima Virgen de Guadalupe... quiso que se
pintara milagrosamente por medio de los ángeles, en la tosca tilma de Juan
Diego, su incomparable imagen.
Al
contemplar este prodigio el inmortal Pontífice Benedicto XIV, lleno de emoción
exclamó: “Non fecit taliter omni nationi” -No hizo Dios cosa semejante con
otra nación-.
Comienzo
por el último disparate. Las palabras que se citan de un salmo “Non fecit
taliter omni nationi” no consta que las haya dicho el chocarrero o chistoso
Lambertini, alias Benedicto XIV. Dado y no concedido que las haya dicho con
relación a la falsa aparición del Tepeyac, no se traducen bien.
“Non
fecit taliter onini nationi” quiere decir que no hizo ¿quién? Dios si se
quiere, cosa semejante a todas las naciones.
Esto
decía el Salmista de Israel, o de los judíos, que según la leyenda mosaica,
recibieron su religión y sus leyes todas de Dios.
Pero
ni el salmista excluyó a otros pueblos, de ese beneficio que él decía habían
recibido sus nacionales.
Las
religiones todas antiguas de Oriente y Occidente, del Sur y del Norte,
positivas o reveladas como lo fueron y son hasta la fecha, tuvieron mil
apariciones de sus dioses primarios y secundarios y todavía hasta hoy esos
dioses encarnan y se multiplican, y el Gran Lama del Tibet es encarnación de
Dios.
Las
naciones modernas o de moderna organización política o religiosa, tienen
también sus dioses aparecidos, y sin repetir lo que ya dije de nuestro chorro o
chorrito, ¡Cuántas imágenes hay en México que se dicen aparecidas!
¿Y
en Europa? Todas las naciones de sangre y corazón, o latinas, tienen sus
apariciones.
Allá
en Loreto, Italia, está, según dicen, la casa misma en que habitaron Cristo, su
Madre y su Padre en Nazaret, Judea; llevada a Loreto por los ángeles, ni más
ni menos que los que pintaron, según los Sres. Don Miguel Sánchez y Don Ramón
Ibarra a la Virgen o imagen del Tepeyac.
Los
españoles tienen su Pilarica y la Virgen que en sus batallas acompañó a Pelayo,
fuera de otras mil apariciones antiguas y modernas.
Los
franceses tienen a su Cleta aparecida a dos niños cuyo testimonio bastó para
que aceptaran esa ficción.
Tienen
también los franceses a su Inmaculada Concepción aparecida en los Pirineos a la
Cataléptica Bernadette o Bernadeta o Bernardina, que encerraron luego en un
claustro, y adoran a la aparecida más que a Dios; ni más ni menos como el Ilmo.
Sor. Ibarra adora la pintura del indio Marcos Cipac en el Tepeyac.
El
Salmista no se opuso a nada de esto, y dijo solamente que no a todas las
naciones había hecho Dios lo que con los israelitas a quienes dio ley y
gobernó.
Es
falsa, pues, la traducción que se hace del texto citado y ya expresado.
Dijo
el Obispo actual de San Luis Potosí, en la solemnísima ocasión de las honras
hechas a los Papas protectores del culto guadalupano, en su sermón predicado en
esas honras en la Iglesia de Santo Domingo, de México, el año próximo pasado de
mil novecientos cuatro, que Lambertini debió su Cardenalato y su Papado a
chistes, que era chistoso o chocarrero, y que se burló del Agente de la indita
del Tepeyac. ¡Crea en chistes o chocarrerías el Sor. Ibarra! O crea en lo que
dijo el abogado del diablo, como llamó también el Obispo de San Luis Potosí al
inmortal del Sr. Ibarra.
Según
las consejas populares de los poblanos, en el orden religioso, los ángeles han
distinguido con su especial amistad y cariño aquella Iglesia.
Por
allá anduvo, según esas consejas, San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia
celestial, y fue declarado Patrono y Protector de Puebla.
Lo
raro en estos casos es, que los ángeles y santos ni comen ni beben, ni andan, y
sus cultos se traducen siempre en oro y plata que los celestiales no reciben,
pero que sirven mucho a los clérigos, sus, agentes en está pobre tierra.
Los
ángeles ayudaron a los albañiles a construir la Catedral de Puebla. Los
albañiles trabajaban de día y los celestiales, que aman las tinieblas, “lo
hacían por la noche”.
La
ciudad de Puebla se llama de los ángeles, y no sería extraño que mañana o
pasado nos dijeran que el Ilmo. Sor. Ibarra, un poco deforme en sus facciones,
con una boca algo irregular, etc., etc., es de naturaleza angélica, lo mismo
que sus canónigos, curas y demás clérigos.
Don
Antonio Valeriano compuso una comedia para representarla en Santiago
Tlaltelolco, su Colegio, e hizo aparecer en ella a los ángeles. Estuvo en su
perfecto derecho, puesto que esa clase de escritores, son como los poetas y
pintores, que, según dice Horacio, pueden atreverse a todo y poner cabeza
humana y plumas a un cuello de caballo.
Los
sacerdotes Don Miguel Sánchez y Don Luis Lazo de la Vega convirtieron en
historia lo que en su origen fue una ficción. Es perdonable eso en dichos
sacerdotes por el tiempo en que lo hicieron, a mediados del siglo diecisiete, y
por el ambiente que aspiraban.
No
es perdonable eso en el Sor. Ibarra, porque Su Señoría Ilustrísima vive en
otros tiempos algo ilustrados, la crítica es más clara, y no es creíble que ese
Prelado ignore la verdad de los hechos.
¿Qué
pretende con esto el Ilmo. Sor. Ibarra? ¿Quiere hacer dinero con las consejas
de los PP. Sánchez y Lazo? No quiero hacerle esa injuria.
¿Quiere
su Señoría Ilustrísima fomentar con eso el culto de Dios? Dios falso será el
que necesita falsedades para sostener su culto.
Que
enseñe el Ilmo. Sr. Ibarra a Jesucristo Crucificado según la máxima del Apóstol
de las Gentes: que lo enseñe con la palabra y con el ejemplo, y algo bueno hará
por la sociedad.
Que
no se ocupe el Ilmo. Sor. Ibarra ni el Ilmo. octogenario Sr. Obispo de
Querétaro en enseñar consejas y mentiras manifiestas.
Que
no nos representen a la Madre de Cristo sentada en unas rocas esperando a Juan
Diego, por que destruyen su culto y nos llevan al Olimpo y al Maní con dioses
llenos de pasiones y dolencias como las nuestras, y ¡Adiós goces eternos!
¡Adiós felicidad después de está vida!
¡¡¡¡Jesucristo
crucificado en la palabra y en el ejemplo!!!!
El
hombre trabajador y sufrido, que con ese sublime ejemplo se alienta para la
lucha en la vida vive feliz hasta donde es posible, hace su bien y el de sus
semejantes y merece volver satisfecho al Seno Felicísimo del Infinito que todo
lo llena, todo lo dispone y todo lo hace.
Ese
chocarrero Próspero Lambertini, que debió a sus chistes el capelo y la tiara,
ese abogado del diablo que se burló del Agente guadalupano, no quiso autorizar
la comedia Valeriano o Sánchez o Lazo de la Vega, si no que sólo permitió que
se dijera, que circulaba el rumor de que se había aparecido en México la mujer
que el visionario de Patmos viera allá en sus cavilaciones.
La
honra de autorizar semejante ficción y manifiesta falsedad, estaba reservada al
avaro, ambicioso y maquiavélico Joaquín Pecci o León XIII que admitió y
autorizó toda la comedia de Don Antonio Valeriano; dando lugar a que clérigos
ignorantes, como alguno de los de Guadalajara, que son ilustrados por cierto,
pero que no dejan de tener en su gremio nulidades absolutas, propusiera la
beatificación del ficticio Juan Diego.
Vean
los romanistas la conducta de sus Papas y de sus clérigos, y no acepten
ciegamente las mentiras manifiestas que quieran imponerles.
II
¡¡¡Por
Júpiter tonante o por los dioses todos del Olimpo!!! A1 Ser Infinito y Supremo
no apelo porque soy parte suya, según dice muy bien León Tolstoy, y no quiero
traerlo de testigo de mentiras.
¿Es
posible que el Ilmo. Sr. Ibarra nos cuente y nos quiera hacer creer que la
Imagen del Tepeyac es incomparable, que está pintada por ángeles en la tilma de
Juan Diego?
Ya
dije que esto era perdonable a mediados del siglo diecisiete, pero en el siglo
veinte merece silbidos, o naranjazos del Arzobispo de Guadalajara.
¿No
sabe el Ilmo. Sor. Ibarra que el flamenco Fr. Pedro de Gante, lego franciscano
enseñó o hizo enseñar algo de pintura a los indios en su colegio de Santiago
Tlaltelolco?
¿No
sabe el Ilmo. Sor. Ibarra que entre los aztecas era frecuentado y aventajado el
arte de la pintura, con los defectos propios de los que no tenían las
facilidades que hoy tienen las bellas artes?
¿No
sabe el Ilmo. Sor. Ibarra que entre los alumnos del colegio del Padre Gante
hubo un indio llamado Marcos o Andrés Cipac o Marcos de Aquino, que fue
aventajado en la pintura, al grado de que el sincero y franco Bernal del
Castillo lo llamara un modelo en su arte, porque aquel honrado militar sabía de
pintura tanto como el Sr. Ibarra?
¿No
sabe el Ilmo. Sor. Ibarra que ese indio Marcos Cipac ó de Aquino pintó la
imagen que Su Señoría Ilma. llama incomparable?
¿No
sabe el Ilmo. Sor. Ibarra que el lienzo en que está la imagen del Tepeyac, la
Guadalupana que él adora idolátricamente, y que quiere que idolátricamente
adoren sus diocesanos, es una tela común y corriente de que usaban todos los
indios en México en tiempos de la conquista y desde antes, y que eso no era
tilma ni parte alguna del traje de un indio, sino lienzo cualquiera propio,
para un uso cualquiera, que yo he llamado y llamo ahora con toda verdad y
propiedad, un trapo viejo?
¿No
sabe el Ilmo. Sor. Ibarra que ese lienzo está mal preparado para la pintura, y
que con el contacto de rosarios y otros amuletos, comenzó a descascararse, y
obligó al Arzobispo de México y al cabildo de la Colegiata a prohibir esa
contacto o toque de reliquias o amuletos?
¿No
sabe el Ilmo. Sor. Ibarra que manos sacrílegas, como diría un Cabrera, pintaron
ángeles en ese trapo y que algún pintor de hace nueve años, borró o trató de
borrar el turbante o corona que tenia la mona o muñeca, pintada en el trapo
aludido?
¿No
sabe el Ilmo. Sr. Ibarra que a consecuencia de la orden que del Señor Don
Antonio Plancarte recibiera ese pintor, el Ilmo. Sr. Don Crescencio Carrillo y
Ancona escribió un sermón, que no predicó, en que ya forjó el nuevo milagro de
la desaparición de la carona o turbante que el indio Marcos pusiera a la
muñeca del Tepeyac?
¿No
sabe el Ilmo. Sor. Ibarra que el sermón de Carrillo y Ancona se imprimió, se
mandó a Roma, y que aquella curia o su jefe, el estafermo o maniquí de todos
los encarnados blancos, morados y negros, que lo rodean y manejan, para
llevarse el dinero de todos los necios que quieren dárselos, elogió la piedad
del Obispo Carrillo, como prueba segura de futuros lucros?
¿No
sabe el Sor. Ibarra que Averardi persiguió o nulificó mejor dicho a Don Antonio
Plancarte: que uno de los motivos fue el haber borrado la corona o turbante de
la mona del Tepeyac, y que aquel Visitador Apostólico dijo que “la corona allí
estaba pero que no podía verse?”
¿No
sabe el Sor. Ibarra que el verídico, honrado, prudentísimo, caritativo,
generoso, cristiano, sincero y verdadero, y Santo Sr. Loza dijo que la corona
de la Virgen de Guadalupe, la imagen del Tepeyac, era un hecho, y que en
nuestros tiempos no se juega con las milagros?
El
Ilmo. Sr. Loza era mexicano y sabía muy bien lo que decía, y siempre decía la
verdad cuando hablaba.
¿No
sabe el Ilmo. Sor. Ibarra que la pintura, mona o muñeca del Tepeyac, pintada
por el indio Marcos Cipac o de Aquino es lo más imperfecto y mal hecho que
puede haber en género y especie de pinturas?
¿No
ha visto Su Señoría Ilma., el Sor. Ibarra, que el serafín, ángel bueno o malo
que esa mona tiene al pie se parece a su Señoría Ilma.?
¿No
ha visto el Ilmo. Sor. Ibarra que la antigua Corona de la mona del Tepeyac, es
un turbante como el que usan los indios en sus danzas?
¿No
ha visto el Sor. Ilmo. Ibarra que las manos de su incomparable imagen son de
india tortillera, deformes y desproporcionadas al resto de la pintura?
¿No
ha visto el Ilmo. Sor. Ibarra, que la luna que a los pies tiene la mona del
Tepeyac, está negra y no es la nuestra?
¿No
deduce de todo esto el Ilmo. Sr. Ibarra que esa pintura no puede ser divina, u
obra de ángeles en que él creé?
Si
nada de esto entiende el Ilmo. Sor. Ibarra, Digmo. Arzobispo de Puebla de los
Angeles, me inclino a creer que es un portento, que no es producto de está
tierra, que no es natural de nuestro globo, y que, aunque es muy feo, es tal
vez la naturaleza angélica.
Si
el Ilmo. Sor. Ibarra sabe todo lo que he dicho, que es público, notorio y
sabido de todos lo que algo leen y entienden, digo con sentimiento que el Ilmo.
Sor. Ibarra es el impostor más audaz que México pueda tener.
III
Dice
el Ilmo. Sor. Ibarra, lleno de emoción y de... “Nuestra amada Arquidiócesis que
tiene la gloria de haber iniciado las peregrinaciones diocesanas al Tepeyac”.
¡Qué
cinismo! ¡Qué descaro! ¡Qué audacia ¿Es gloria imponer a los pobres indios
analfabetas una falsa creencia y que el Obispo, que debe ser el maestro de la
verdad, y el guardián de los intereses todos de sus diocesanos, sea quien les
enseñe una mentira gravosa y que los haga gastar el miserable producto de su
diario e ímprobo trabajo, en ir a adorar un trapo viejo en el Tepeyac?
¡Maldigo
con todas las fuerzas que todavía tiene mi espíritu semejante gloria! ¡Quiero y
deseo, aunque a nadie he hecho ni haré mal ninguno, que los hombres, sea su
categoría la que fuere, que cifran su gloria en esquilmar al ignorante y
desvalido, sean arrasados de la superficie de la tierra como punzantes espinas,
como reptiles venenosos como seres indignos de la humanidad y de sus fueros!
Si
los indios, súbditos desgraciados del Sr. Ibarra necesitan prácticas religiosas,
su Pastor, si lo fuera, debería proporcionárselas, sin gravarlos, sin
empobrecerlos, sin afligirlos y humillarlos.
Ese
falso Pastor de indios, debería ponerles el modelo de Jesucristo Crucificado,
para animarlos al sufrimiento y al trabajo y sacrificios de la vida, sin
necesidad de pagar ferrocarriles, ni andar a pie sin necesidad, ni exponerse a
las burlas de la gente ilustrada de las grandes ciudades.
Veo
que predico en desierto, y repito que ese Ilmo., Rmo. y Digmo. Sor. Arzobispo
de Puebla de los Angeles, o es un zote o el hombre más perverso y pernicioso
que puede haber en México.
IV
Las
peregrinaciones religiosas son coetáneas de las religiones positivas, y, como
éstas, son prehistóricas.
Las
peregrinaciones religiosas siempre han sido inmorales, y fundadas en un falso
principio.
Las
peregrinaciones religiosas han buscado siempre a Dios en un punto determinado,
y Dios está en todas partes, es infinito, es inmenso, todo lo llena, está en
nosotros, en él vivimos, nos movemos y existimos, somos parte suya, o nos
anima; y buscarlo en otra parte es injuriarlo, es negarlo, es ser inmoral.
Si
las peregrinaciones no se han llamado diocesanas, es porque el idioma griego es
moderno, y los antiguos dieron otros nombres a las agrupaciones de creyentes
fanáticos que emprendían esas caminatas.
No
es pues del Ilmo. Sor. Ibarra, ni de su amada Arquidiócesis de Puebla el
baldón, que no-gloria, de haber iniciado las peregrinaciones, si no es al
Tepeyac, que en el caso es accidental.
El
baldón de las peregrinaciones es gentílico, fanático e inmoral, y a esa clase
pertenece el Ilmo. Sor. Ibarra y su amada Arquidiócesis.
V
El
grupo de seres Humanos, que son un átomo, ante el Infinito que lo rodea, se
forma de dos clases.
El
Ser Supremo, Dios o la sustancia infinita que nos rodea, no está igualmente en
todos los organismos que ella misma dispone.
E1
alfarero hace vasos de honra y de ignominia. El artista hace obras de mérito
desigual. El artesano hace cosas para usos muy nobles y otras para usos bajos e
indignos.
El
Ser Supremo da su sustancia o la coloca desigualmente en los organismos humanos
y en los seres infinitos que produce.
La
agrupación humana, los hombres y mujeres, los seres que habitan nuestro globo,
y que son un átomo -repito para que disminuya algo nuestro orgullo- en medio
del Infinito que nos rodea y está en nosotros, se forma de dos numerosas
clases.
La
mayor de esas clases son vasos pequeños que ni recibir ni contener pueden, sino
pequeñísima parte de la Divinidad, y ese es el número infinito de necios de que
habló alguno “Stuttorum infinitus est numerus”.
La
otra parte, la menor de los seres humanos, tiene mayor capacidad, y su
inteligencia o divinidad es mayor.
¡Cuánto
va a reírse algún tomista romanista de la división que hago de la Divinidad! Pero
es un hecho, y contra hechos no hay argumentos, ni los ficticios ángeles del
Sor. Ibarra, pueden cambiar la naturaleza de las cosas.
La
clase mayor de los humanos, por su poca inteligencia es meticulosa, y siente un
pánico atroz al ver el relámpago, al oír el trueno, al ver una lluvia
torrencial, al ver un río desbordado, al recibir un viento huracanado, al
sentir un sacudimiento terrestre o al presenciar cualquier fenómeno
atmosférico.
Los
individuos de esa clase mayor e ignorante vuelven luego los ojos al espacio, y
buscan un ser que los defienda del mal imaginario que se suponen.
Al
lado de esa clase ignorante tenemos a la parte menor de la humanidad,
inteligente más que la otra, y en ella hay individuos, y los ha habido
siempre, audaces como el Ilmo. Sor. Ibarra, que aprovechan el espanto de los
inferiores y se declaran Agentes de Dios. ¡He aquí el Sacerdocio en los tiempos
prehistóricos e históricos y en nuestros propios días!
Esos
hombres audaces con signos y amuletos atraen al ignorante, y lo hacen
instrumento ciego de su voluntad. ¡He aquí al Sacerdote! ¡He aquí la
explotación de la clase pobre! ¡He aquí la idolatría más baja y humillante! ¡He
aquí las peregrinaciones, etc., etc., etc.!
Esa
clase privilegiada, esos sacerdotes falsos, esos falsos agentes de Dios, no
pueden realizar todas sus inicuas tramas con la sola fuerza moral, y necesitan
o fajarse la espada o buscar quien la lleve y les ayude. ¡He aquí el soldado
despiadado y sangriento! ¡He aquí al dueño de vidas y haciendas! ¡He aquí al déspota!
¡He aquí al tirano! ¡He aquí el consorcio inhumano del Sacerdocio y el Imperio!
¡He aquí el origen de los poderes públicos sin necesidad del contrato social de
Juan Jacobo Rousseau, y deducido sólo de lo que vemos, y que es resto de lo que
fue y desgraciadamente será todavía mientras no cambie la humanidad!
Díganos
ahora el Sor. Ibarra que su Diócesis tiene el baldón, que no-gloria, de haber
iniciado peregrinaciones a dioses falsos o falsas apariciones.
Las
peregrinaciones son antiquísimas según la historia, y yo sostengo que son
prehistóricas, por las razones clarísimas que he dado.
Las
peregrinaciones han venido a hacerse más numerosas, más inmorales, y más
perfectas, si el mal es capaz de perfección, entre los Mahometanos y
Romanistas.
Tenga
su gloria el Sr. Ibarra y su amada Arquidiócesis, que yo creo que nadie se la
envidia.
VI
Las
peregrinaciones son la parte más inmoral de los ejercicios religiosos, sea cual
fuere la religión que se profese, pero esa inmoralidad es mayor en las
peregrinaciones de los romanistas.
Concedo
el hecho de que la mayoría de los humanos tiene espíritus débiles que necesitan
en sus aflicciones y necesidades levantar las manos, la cara, y los ojos al
espacio, buscando lo que no han de conseguir; y no tocarse la cabeza y ver lo
que ésta les sugiere.
Concedo,
por lo dicho, que las visiones, apariciones y ficciones de cerebros débiles y
enfermizos, han de tener siempre o formar establecer y propagar religiones
positivas o reveladas por, visionarios y catalépticos.
Juzgo
que las leyes sobre sexo y su uso son tiránicas, y que proceden de la
inmoralidad de los sacerdotes y tiranos, que han querido monopolizar el uso del
sexo, reprimiéndolo en los demás, contra las leyes naturales.
Pero
¿es esa la moral que enseña el romanismo? ¿No es el amor al prójimo el que
predica? ¿No obliga ese amor a mejorar la condición social de los ignorantes o
necios? ¿No nos obligan los romanistas a una castidad que no practican? ¿No nos
dicen que sólo a Dios se ha de adorar? ¿Cómo se concilia esto con las
peregrinaciones?
¿Cómo
se mejora la condición de la parte humilde de la humanidad, que es la más
numerosa, haciéndola viajar de aquí para allá, gastar lo poco que esa clase
adquiere con duro trabajo, en esos viajes, en ofrendas a falsos dioses, y en
pago de otros gastos que esos viajes exigen?
¿Cómo
se mejora la condición de los ignorantes, sin darles más instrucción que las
consejas de imágenes aparecidas o de dioses falsos e indignos del culto del
hombre?
¿Cómo
se puede decir que se ama al prójimo, si sólo se le hace gastar el fruto
miserable de su ímprobo trabajo, en necedades, desatender a su mujer e hijos,
vender lo poco que tiene para satisfacer exigencias infundadas, injustas de los
Prelados y sacerdotes, y tal vez robar para satisfacer esas exigencias?
¿Cómo
puede practicarse la castidad que los sacerdotes romanistas exigen, sin
practicarla, hacinando personas de ambos sexos que viajan apiñadas, juntas unas
con otras, y pernoctan lo mismo?
¿Cómo
pueden defenderse o respetarse así los derechos falsos, que los sacerdotes
romanistas y sus auxiliares los tiranos han decretado a la monogamia, que en
mala hora, y para perder al mundo establecieron y han reglamentado y sostenido
con mano férrea y leyes inicuas?
¿Cómo
se adora sólo a Dios cuando se buscan a gran distancia objetos propios de su
culto, que son indignos hasta de verse, y se les tributa el culto propio sólo
de la Divinidad?
Díganos
ahora el satírico romanista que los Egipcios eran unos cándidos porque les
nacían sus dioses en los huertos, o porque adoraban en las cebollas y en 1os
berros a la Divinidad que en ellos se mostraba, y que aparece en todas sus
obras.
El
cándido fue ese satírico, que perteneció a la nefasta clase que hoy quiere que
andemos leguas y más leguas, para adorar lienzos viejos pintorreados por algún
humano.
Adorar
a Dios en sus obras es muy natural, racional y justo; adorarlo en muñecos y en
trapos pintados es propio sólo de un idiota o de un impío o hipócrita.
Algunas
de estás razones bastaron para que el Promotor fiscal del Arzobispado de
Guadalajara; que era el que esto escribe, pidiera la prohibición de las
romerías al Santuario de Atotonilco el Alto, y que su pedimento fuera atendido,
y puesto en práctica.
Los
tiempos cambian y con ellos las costumbres, empeorando éstas desgraciadamente.
Hoy el Arzobispo Ibarra se gloría de las peregrinaciones al Tepeyac, más
numerosas y más inmorales que aquellas, ¡Oh, témpora! ¡Oh mores!
VII
Las
razones que tengo y he expresado contra las peregrinaciones religiosas, las
tuvieron y expresaron algunos de los antiguos Padres de la Ig1esia, que
deberían normar la conducta del actual Arzobispo de Puebla y de todos sus
hermanos.
Yo
no tengo Patrología, porque el dinero de que, he podido disponer lo he gastado en
los pobres, dignos de ser socorridos.
Una
parte de ese dinero ¡oh desgracia! la gasté en formar clérigos indignos con
pacas excepciones. Otra parte de ese dinero se gastó en fomentar el idolátrico
culto romanista, combatiendo yo siempre la idolatría.
¿Qué
podía hacer un hombre honrado que por la fuerza fue hecho clérigo? Me parece
que cumplir con un deber social, al gastar mi dinero en los fines de mi forzado
oficio.
Hoy
siento la mala correspondencia de los clérigos formados con mi dinero, de los
fanáticos que me odian y comieron mi pan, y maldigo la hora en que creí que
Roma y los suyos eran cristianos, y que apreciarían mis servicios y mi
desprendimiento. No tengo hoy quien me prepare mis alimentos, sino que, los he
de hacer yo mismo.
No
tengo a veces para auxiliar a verdaderos y honrados pobres; y maldigo y vuelvo
a maldecir la hora en que conocí a los clérigos romanistas; pero ya es tarde, y
el mal no tiene más remedio que el sufrimiento y la paciencia. ¡Ojalá la tenga
yo!
Michaud
en su historia de las Cruzadas, al principio del libro Primero, dice lo
siguiente:
“Hacia
el fin del siglo cuarto, las peregrinaciones a Jerusalén se multiplicaban sin
cesar, y no era siempre la piedad su regla invariable; esas largas correrías
causaban a veces la relajación de la disciplina cristiana, el desarreglo o
desorden en las costumbres, muchos doctores de la iglesia hicieron oír su
elocuente voz, para manifestar los abusos y peligros de las peregrinaciones a
Palestina, San Gregorio de Niza, el digno hermano de San Basilio, fue uno de
los que se levantaron más fuertemente contra viajes a Jerusalén. En una
elocuente carta que se nos ha conservado, el Obispo de Niza habla de los
peligros que la piedad y costumbres cristianas podían encontrar en las
hospederías del camino y en las Ciudades de Oriente; dice que la gracia divina
no se da en Jerusalén de un modo más especial que en otros países, y cita como
prueba de su dicho, los crímenes de todas clases que, según él, se cometían
entonces en la ciudad santa.
Gregorio
de Niza, queriéndose justificar de haber hecho él mismo una peregrinación o
viaje que prohíbe a los cristianos, declara que fue a Jerusalén por necesidad y
para asistir a un concilio reunido para reformar la Iglesia de Arabia; esa
peregrinación ni aumentó ni disminuyó su fe antes de visitar a Belén, sabía
que el hijo del hombre había nacido de una virgen; antes de haber visto el
sepulcro de Cristo, sabía que Cristo había resucitado de entre los muertos; no
había tenido necesidad de recorrer el monte de los Olivos para creer que Jesús
había ascendido al cielo. Vosotros que teméis al Señor, añadía el santo
prelado, adoradlo en cualquier lugar en que estéis; Dios vendrá a vosotros en
donde quiera que estéis, si le preparáis un tabernáculo digno de él.
Pero
si tenéis el corazón lleno de perversos pensamientos, aunque estéis en el
Gólgota en el monte de los Olivos o al frente del Santo Sepulcro, estaréis sin
embargo, tan lejos de Cristo como los que jamás han profesado la fe del
evangelio.
San
Agustín y San Gerónimo se esforzaron también, para moderar con sus
exhortaciones, el ardor de las peregrinaciones: el primero decía que el Señor
no había mandado ir a Oriente a buscar la justicia, o ir a Occidente a recibir
el perdón; el segundo decía que la puerta del cielo se abría para el lejano
país de los Bretones lo mismo que para Jerusalén. Pero el sentir de los
Doctores de la Iglesia, nada podía contra el capricho apasionado de la
muchedumbre o contra el empuje violento de la plebe; y en consecuencia ni
fuerza ni voluntad ninguna de la tierra podía, cerrar a los cristianos los
caminos de Jerusalén.
Me
parece que esto bastaría a cualquier ánimo racional y bien dispuesto, para
reprobar e impedir esas correrías inmorales y anticristianas que se llaman
peregrinaciones.
Se
trataba en tiempo de los citados Padres de peregrinaciones a Tierra Santa, como
hoy se llama Palestina.
Se
trataba de visitar los lugares en que naciera Cristo y su religión.
Y
los Padres citados llamaban inmorales esas correrías.
¿Qué
dirían de peregrinaciones en que no se busca a Dios sino a una pintura humana,
mal hecha, y con la agravante de decirse falsa y mentirosamente que está
pintada por los ángeles? Saque cada cual la consecuencia sencilla que de lo
dicho se deduce, y vamos adelante.
VIII
“...preferiríamos mil veces,
dice el Ilmo. Sor. Ibarra, que está ilustre Iglesia metropolitana de Puebla,
desapareciese del Mapa de las Diócesis de la República, antes que alguna vez
defeccionara en tributar a la Gran Madre de Dios, esa prueba de amor filial,
(la peregrinación al Tepeyac), y de su inquebrantable creencia en el
sobrenaturalísimo Guadalupano”.
Mayor
fárrago de desatinos no pudo reunirlos en tan pocas líneas sino un Pastor de la
cueva de lobos o vivorero Pío Latino Americano.
El
infeliz Obispo de Chilapa es una medianía o poco menos entre los doctores de
las academias o universidades de México, y no habría disparatado tanto en tan
pocas líneas.
Juzgo
que si el Papa fuera cristiano, si realmente quisiera restablecer el
cristianismo, si no fuera el oro y el poder humano el fin de sus actos, debería
suprimir la Arquidiócesis de Puebla, erigida en mala hora, suspender a su
actual Arzobispo y meterlo, durante su vida, en una casa de reclusión o en un
manicomio.
Juzgo
que si el Delegado del Papa en México fuera cristiano, y quisiera ayudar a su
Jefe a restablecer todas las cosas en Cristo, y no ocuparse sólo de comer,
beber, pasearse y recibir obsequios de los mexicanos, debería trabajar por los
fines expresados en mi primer juicio.
Pienso
que los Arzobispos y Obispos de México y todos los del mundo romanista deben
protestar contra las blasfemias sacrílegas estampadas en las pocas líneas que
en este párrafo transcribo al Arzobispo de Puebla.
Creo
que los creyentes romanistas ilustrados, deben escandalizarse de lo que dice el
Sor. Ibarra en lo que de su Edicto copio en este párrafo.
No
es ya Dios el único objeto absoluto de la creencia o ciencia universal de los
habitantes de nuestro globo, ni de los infinitos que habitan los infinitos
globos del espacio infinito.
No
es ya Dios el dueño absoluto de sus obras. No es ya Cristo la piedra angular de
la Iglesia cristiana; título que falsamente se atribuye la iglesia romana.
El
objeto de todas las creencias, el fundamento de la fe y de las diócesis es el trapo
viejo pintorreado por el indio Marcos Cipac, según el Sor. Arzobispo de Puebla
de los Angeles, Don Ramón Ibarra y González.
He
aquí a los doctores y Maestros del vivorero Pío Latino Americano.
“...el
demonio, dice el Sor. Ibarra, comienza a hacer la guerra a las peregrinaciones
del Tepeyac”. Está plenamente demostrado que es falsa la Aparición de la madre
de Cristo en el Tepeyac.
Los
que la sostienen y propagan, o son falsos simplemente y ciegos por completo, o
son unos descarados mentirosos.
Combatir
esa falsa aparición y sus perniciosas consecuencias, es combatir la mentira, y
defender la verdad y los derechos de la humanidad.
Están,
en el caso, frente a frente, la verdad histórica de los que niegan la Aparición
del Tepeyac, y la mentira manifiesta perjudicial y descarada de los que
defienden esa aparición, como don Ramón Ibarra, Arzobispo desgraciadamente de
Puebla de los Angeles.
“Vosotros
sois hijos del diablo” “...él no permaneció en la verdad porque no está la
verdad en él ...pues es mentiroso y padre de la mentira”.
Estás
palabras se atribuyen a Cristo en el Evangelio de San Juan, Cap. VIII v. 44, y
las decía a los judíos.
¿Cree
el Sor. Ibarra en el Evangelio de San Juan?
¿Cree
el Sor. Ibarra que Dios es la verdad y el diablo es mentiroso y padre de la
mentira?
¿Cree
el Sor. Ibarra que diablo y demonio son sinónimos en el lenguaje que él usa?
Tenemos,
pues, que el diablo o el demonio es quien promueve las peregrinaciones del
Tepeyac, que sostienen una mentira, de que es padre el diablo o el demonio,
según el testimonio y letra que he citado, y que creo acepta el Sr. Ibarra.
Los
que dicen la verdad, los que niegan la aparición, los que condenamos las
peregrinaciones, estamos de parte de Dios y con Dios, y no admitimos mentira,
ni por lo mismo, somos el demonio, ni tenemos que ver con él.
Tengo
el sentimiento de decir que el Ilmo. Sor Ibarra y los que obran como él, son
los agentes de la mentira y del demonio.
Pero
más bien juzgo que ni el Sor. Ibarra, ni el Papa, ni sus Cardenales, ni los mil
curiales que lo rodean y sirven, ni sus delegados ni los Obispos y clérigos que
lo reconocen como Jefe creen ni en Dios, ni en Cristo ni en la misma Virgen
María, ni en sus fingidos actos y Apariciones.
Lo
que creen esos Señores todos es que “Poderoso caballero es Don dinero”, y a él
buscan y a él quieren; así como el poder e influencia humana que sirven mucho
en está vida.
Dios,
Cristo, las apariciones, los milagros y los Santos, sirven sólo como medio de
conseguir esos preciados fines: dinero y poder humano.
“Esos
obsequios espirituales, dice el Sor. Ibarra, podréis mandarlos a Nuestra
Secretaría de Cámara y Gobierno, al terminar el mes de Enero próximo...”
Aquí
sí que no entiendo ni jota de lo que dice el Ilmo. Sor. Ibarra.
No
soy muy inteligente y sufro algo de mal de piedra en el cerebro, pero creo que
ni el espíritu más privilegiado puede entender que se manden a una Secretaría
¡obsequios espirituales!
Comprendo
que se trata de que los fieles creyentes manden algo, y de recibir ese algo en
la Secretaría del Sor. Ibarra, pero no entiendo cómo ese algo pueda ser
espiritual.
Tal
vez el Ilmo. Sor. Ibarra nos muestra con esto que él, sus clérigos y sus fieles
son ángeles: y tomando la causa por el efecto, llama espiritual el oro, la
plata y otras cosas que sus creyentes manden a su Secretaría.
Tal
vez se propuso Su Señoría Ilma. declarar que todos los actos de sus creyentes
son angélicos, y que el sexo, el alcohol y demás ligerezas son actos
espirituales.
En
este último supuesto están por demás las censuras de los Padres de la Iglesia,
y las mías contra las peregrinaciones diocesanas de Puebla.
De
lo dicho deduzcan los que mis escritos leyeren lo que les parezca más conforme
a la razón; y dispénsenme de decirlo yo, que termino aquí estos ecos, para
continuarlos cuando otros repercutan en los muros de este retiro.
C. Victoria, Enero 2 de 1906.
EDUARDO SANCHEZ CAMACHO