Una ocasión escuché
decir que una es quien da sentido a la vida.
Creo que la mía no lo tiene, cuando miro a mi alrededor, no existe cosa
alguna que me dé aliento. Mi trabajo me
agrada, pero no es fundamental para mí.
Creo que podría estar bien sin él, solamente me aterra el hecho de dejar
de hacerlo… Aunque hay muchas, muchísimas cosas que me desagradan de aquel
lugar.
Cuando pienso en mi
juventud pasada, en los sueños, aspiraciones, anhelos y sueños no realizados,
me inunda un sentimiento complejo, es una mezcla de desconcierto, tristeza,
amargura, sinsabor, desaliento y coraje.
“Si mi realidad hubiera sido diferente, otra cosa sería de mí”… Busco
comer algo para aliviar mis penas, mis tristezas y corajes se disipan al sabor
de algún alimento, el que sea. Me engaño
cuando me digo que a pesar de todo, estoy mejor que otros. Pero a mí qué me importa cómo están los
otros? No debo pensar más que en mí, en
mi tristeza, en mi frustración, en mi fealdad, en mi gordura, en mi encierro,
en mi aburrimiento, en mi falta de emociones…
Y las emociones que necesito solamente las satisfago a partir de mi
lengua, de mi paladar, de mis dientes, del único placer que conozco bien:
comer.
Hice algunos amigos, a todos ellos los conozco
a distancia, de esos con los que nunca tendré que ver porque tampoco quiero que
me vean. Antes eran llamados amigos por
correspondencia, pero ahora son miembros de clubes y salas de chat. Con ellos me puedo transformar, soy quien
quiero o, mejor dicho, quien hubiera querido ser: una mujer inteligente, joven,
activa y muy atractiva, además, “de mundo” porque a todos ellos les relato que
voy a diferentes lugares y mi mundo se limita a las paredes de mi casa. Cuando reflexiono acerca de ello, me siento
fatal, quisiera ser la que personifico
en mis chats, pero al voltear y ver mi rostro en el espejo, me doy cuenta que
todo es una farsa y entonces, como.
Siendo honesta
conmigo misma, creo que la solución a todos mis males está en la comida, debo
seguir comiendo, comer hasta el final, comer para estar bien, para hacer la
vida llevadera, para salir del aburrimiento, para sustituir los viajes, las
salidas, los paseos, las charlas, los contactos sociales, para acompañar las
lecturas, para orientar mis reflexiones, para mitigar mis enojos, para
sobrellevar mis frustraciones...
Pero también,
cuando me siento a gusto, feliz, plena, me encanta comer. El bocado de un buen pastel, de una jugosa
manzana o un dulce mango, una mordida a una grasosa gordita o un enorme sope,
me producen una satisfacción casi indescriptible. Gusto, además, de platillos extraños y soy
atrevida, me aventuro a probar alimentos que combinan lo dulce con lo salado e,
incluso, con lo picante. Imagino la
mezcla de sabores, anticipo su degustación y mi entusiasmo se eleva y acrecienta.
Mi vida tiene
sentido?, es mi pregunta recurrente.
Ahora lo sé, claro que lo tiene, es la comida.